Sociedad ¿Por qué –a veces- nos gusta oler cosas apestosas? El fin de semana pasado, cuando la flor cadavérica “Trudy” finalmente se abrió, más de mil personas hicieron fila para aspirar su “magnífica pestilencia”. El capullo gigante exhala una embriagadora mezcla de pescado podrido, aguas negras y cadáveres, y aunque su olor solo pretende atraer moscas, de igual manera atrajo montones de turistas.
De hecho, la demanda para ver y oler una flor cadavérica es tal, que los jardines botánicos ahora compiten por ejemplares. Los jardineros les prodigan cuidados con la esperanza de obtener más capullos malolientes de una planta cuyo aroma es tan raro (puede transcurrir hasta una década entre floraciones) y tan efímero (la flor dura de 8 a 12 horas), que a menudo los visitantes se retiran, muy decepcionados, por haberse perdido el momento pico de hediondez.
Ahora bien, ¿por qué hay personas que ansían oler esa cosa? La respuesta es casi siempre la misma: la expectación, el olfateo tentativo y después, la clásica mueca de asco. Y sin embargo, todos se alegran de haber estado allí.
Resulta que la experiencia tiene un nombre: masoquismo benigno.
El psicólogo Paul Rozin describió este efecto en un artículo publicado en 2013 con el título “Glad to be sad, and other examples of benign masochism” (“El gozo de la tristeza y otros ejemplos de masoquismo benigno”). Su equipo descubrió 29 actividades que disfrutamos pese a que la lógica indica que no debiera ser así. Muchas eran placeres comunes: el miedo de una película de terror, el picor del chile o el dolor de un masaje excesivamente firme. En tanto que otras eran, simplemente, asquerosas, como reventar barritos o asistir a una exhibición médica grotesca.
Eso sí, lo importante es que la experiencia debe ser una “amenaza segura”.
“El mejor ejemplo es subir a la montaña rusa”, me dijo Rozin. “De hecho, estamos protegidos y lo sabemos; pero el cuerpo no, y en eso estriba el placer”. Oler una flor cadavérica es, justamente, el mismo tipo de emoción, explica.
Es un poco como los niños que juegan a la guerra, agrega la investigadora en repulsiones Valerie Curtis, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres. “El motivo del ‘juego’ lleva al humano (y la mayoría de los mamíferos, sobre todo jóvenes) a probar experiencias en un entorno relativamente seguro, a fin de estar mejor preparados para enfrentarlas cuando se presenten en la vida real”, informa.
Fuente: msn.com
Sábado, 8 de agosto de 2015
|