Sociedad. Qué significa ser médico La medicina de hoy es más científica, ética, jurídica, organizada y controlada... pero es menos medicina.
Por Alberto Agrest
El rol del médico clínico del siglo XXI no es distinto –en un sentido– al del año 1999, ni al del 400 a.C. descrito por Hipócrates. Tiene que ver, como siempre, con satisfacer las demandas de los pacientes y sus colegas. En este marco, lo que sí ha cambiado es que se han agregado más demandas por parte de sus empleadores y de la Justicia. Los pacientes ya no demandan humildemente comprensión y consuelo, tampoco más tiempo (han aprendido a conformarse: ya en mi infancia oía decir "Más breve que visita de médico" para referirse a algo muy breve). Pero sí exigen más exámenes complementarios, más referencia a especialistas, más tratamientos preventivos; todas, demandas del alto consumo que estimula el complejo médico-industrial, tecnológico y farmacéutico. Por otra parte, esas demandas, de una agresividad que socava el lazo médico-paciente, están alimentadas por la desconfianza. A la demanda de los pacientes se suma la de los empleadores, las exigencias de entidades que pretenden calidad en la atención médica y la amenaza de las querellas. Todo este conjunto de expectativas inalcanzables lo he denominado "acoso a los médicos".
El elemento más importante en la relación médico-paciente es la confianza del segundo en el primero. Ésta se fundaba en que al médico le preocupaba su paciente y la demostración más tangible de ello era el tiempo que le dedicaba. Las retribuciones magras han empujado a los médicos a dedicar menos tiempo a sus pacientes. Se genera así una desconfianza potenciada por el desprestigio de la formación médica y la paranoia estimulada, quizás –quisiera creer– en forma inconsciente, por el complejo médicoindustrial, que informa al público tendenciosamente para que exija sus productos y también por abogados a la caza de querellas. Ese estímulo a la desconfianza no es ingenuo, desde el momento en que –de hecho– genera cuantiosas ganancias.
Toda promoción de un producto encierra un conflicto de intereses entre la sinceridad que obliga a decir la verdad y el interés económico que obliga a obtener rentabilidad. Los médicos, herederos de los principios científicos –que priorizan la verdad–, deben enfrentar la prioridad de la renta de sus empleadores y del complejo médico-industrial por sobre las exigencias de la ciencia. Las armas de los médicos frente a sus pacientes han sido, desde siempre, su tiempo y los recursos. Sus proporciones, sin embargo, han cambiado radicalmente en el último tiempo. Hasta hace pocas décadas, su tiempo era abundante y los recursos, escasos. El crecimiento exponencial de los recursos técnicos y farmacológicos han alterado la relación, y el médico, hoy, se ha hecho austero hasta la avaricia con su tiempo –que se cotiza a precio vil– y pródigo hasta el despilfarro con el uso de recursos que considera ajenos e infinitos. El resultado es el deterioro de la relación paciente-médico. Al paciente le da lo mismo quién lo atienda, y hasta ocurre que no recuerda quién lo atendió; al médico ignorado, por su parte, le resulta fácil olvidar el compromiso con su paciente y privilegia la relación con su empleador. La medicina gerenciada, destinada a la contención racionalizada de los gastos, se ha transformado, sobre todo, en una defensa de la renta de los inversores.
La medicina hoy es más científica, más ética, más jurídica, más económica, más organizada y más controlada que hace cincuenta años. Más científica (más basada en evidencias demostrativas), pero menos observacional y menos basada en la importancia. Más ética (más respetuosa), pero menos comprometida, menos afectuosa y menos generosa. Más jurídica, pero más temerosa, más preocupada por el consentimiento (un documento), que por la información, que exige comprensión y comunicación. Más económica, pero menos equitativa. Más organizada, pero menos creativa y menos estimulante de generosidad. Más controlada, pero con evaluaciones más rígidas, más preocupada por las guías y reglas que por la individualización, la propia experiencia y la capacidad de mantener la atención. Más preocupada por cometer el menor error posible que por obtener el mayor beneficio probable para el enfermo. Más preocupada por el oro que por el bronce. Los clínicos somos tiempo-dependientes. Precisamos tiempo para escuchar, para examinar, para estudiar y para reflexionar. Una organización médica debe tener en cuenta la trascendencia de esta dependencia. Convertir a los clínicos en técnica-dependientes no conviene ni a los pacientes ni a la economía de la salud y termina con los clínicos de vocación, que deben renunciar a su dedicación para poder sobrevivir.
Es cierto, la medicina de hoy es más científica, más ética, más jurídica, más organizada y más controlada… pero es menos medicina. Lo deseable es que la medicina sea más sin ser menos.
Extracto de "Ser médico ayer, hoy y mañana" (Libros Del Zorzal, 2008). Agrest, fallecido el 2 de febrero pasado a los 88 años, era miembro de la Academia Nacional de Medicina y de los más destacados médicos clínicos del país.
Fuente: Newsweek Argentina
Viernes, 11 de mayo de 2012
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